Lo peor que podría pasar es que todo se nos convierta en una Jijad, en una guerra santa. O, lo que es lo mismo, en una Cruzada, como alcanzó a decir Bush en una expresión bastante torpe para el presidente de un país que hunde sus raíces culturales en el concepto ilustrado de la tolerancia religiosa. Ojalá el conflicto que seguirá al terrorismo demencial no nos sea presentado como una lucha entre el bien y el mal, o como la guerra entre la luz y las tinieblas. No cabe duda de que el terrorismo es un mal, de que el millonario Bin Laden es un personaje siniestro, o de que el régimen Talibán (cuya primera víctima es el pueblo afgano) es una tenebrosa teocracia. Pero también hay talibanes cristianos dentro de Estados Unidos y sería gravísimo que en estos momentos de rabia y dolor fueran ellos los que orientaran la política de la gran potencia.
Entre quienes apoyaron a Bush para ganar la presidencia hay, por ejemplo, un par de famosos telepredicadores de la derecha cristiana: Pat Robertson y Jerry Falwell. Dijo Ro-bertson en el Canal Cristiano: "Los abortistas tienen que cargar con parte de la culpa en esto, porque nadie puede burlarse de Dios". Y Falwell, el líder de la Mayoría Moral, aumentó la dosis: "Yo culpo a los paganos, a los abortistas, a las feministas, a los gays y a las lesbianas... los señalo en la cara y les digo: ustedes ayudaron a que esto pasara". Los niveles de demencia de la derecha norteamericana van más allá de los delirios de estos personajes. Al día siguiente de la tragedia, un periódico de Carolina del Sur publicó la siguiente propuesta bélica en un editorial: "Cuando ellos nos golpearon con Pearl Har-bor, nosotros respondimos con Hiroshima".
Hay cavernas tenebrosas, como se puede ver, también en el bando de los "buenos". Lo cual no nos lleva a pensar como los talibanes de izquierda (que abundan en todo el mundo), quienes en estos días han celebrado
La barbarie de las torres gemelas como si calcinar a seis mil personas de todo el planeta fuera algo que Estados Unidos se merecía. Los talibanes de izquierda también han emprendido una guerra santa en la que los infieles a combatir se llaman americanos. Es necesario encontrar por fuera del coro extremista de los fanáticos de todos los cuños, un camino moderado que permita perseguir y castigar a los terroristas, sin caer en masacres vengativas que solamente alimentarían un sentimiento antioccidental, el cual a su vez sería como gasolina sobre las llamas del terrorismo
Donde gobiernan los clérigos, reina el fanatismo y se incuba el terrorismo. En un país intolerante, los telepredicadores gringos serían hoy terroristas capaces de emprender una Jijad cristiana. En un país abierto y tolerante (como lo ha sido hasta ahora Estados Unidos, al menos por dentro), estos telepredicadores no son otra cosa que figuras insoportables que hay que soportar.
Entre quienes apoyaron a Bush para ganar la presidencia hay, por ejemplo, un par de famosos telepredicadores de la derecha cristiana: Pat Robertson y Jerry Falwell. Dijo Ro-bertson en el Canal Cristiano: "Los abortistas tienen que cargar con parte de la culpa en esto, porque nadie puede burlarse de Dios". Y Falwell, el líder de la Mayoría Moral, aumentó la dosis: "Yo culpo a los paganos, a los abortistas, a las feministas, a los gays y a las lesbianas... los señalo en la cara y les digo: ustedes ayudaron a que esto pasara". Los niveles de demencia de la derecha norteamericana van más allá de los delirios de estos personajes. Al día siguiente de la tragedia, un periódico de Carolina del Sur publicó la siguiente propuesta bélica en un editorial: "Cuando ellos nos golpearon con Pearl Har-bor, nosotros respondimos con Hiroshima".
Hay cavernas tenebrosas, como se puede ver, también en el bando de los "buenos". Lo cual no nos lleva a pensar como los talibanes de izquierda (que abundan en todo el mundo), quienes en estos días han celebrado
La barbarie de las torres gemelas como si calcinar a seis mil personas de todo el planeta fuera algo que Estados Unidos se merecía. Los talibanes de izquierda también han emprendido una guerra santa en la que los infieles a combatir se llaman americanos. Es necesario encontrar por fuera del coro extremista de los fanáticos de todos los cuños, un camino moderado que permita perseguir y castigar a los terroristas, sin caer en masacres vengativas que solamente alimentarían un sentimiento antioccidental, el cual a su vez sería como gasolina sobre las llamas del terrorismo
Donde gobiernan los clérigos, reina el fanatismo y se incuba el terrorismo. En un país intolerante, los telepredicadores gringos serían hoy terroristas capaces de emprender una Jijad cristiana. En un país abierto y tolerante (como lo ha sido hasta ahora Estados Unidos, al menos por dentro), estos telepredicadores no son otra cosa que figuras insoportables que hay que soportar.
Héctor Abad Faciolince en revista Cambio, No. 431 2001
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