lunes, 19 de julio de 2010

EL ENSAYO LITERARIO

LECTURA DE ENTRADA: Leedores y lectores
La galería de leedores es copiosa. El estudiante que se desoja en víspera de examen sobre el libro de texto; el profesor que trasnocha entre tratados, acopiando datos para su lección; la matrona que, parada junto al fogón, recita en voz alta las instrucciones coquinarias que conducen al suculento plato; el funcionario en retiro que demanda a las páginas del libro la mejor manera de invertir sus ahorros; o la dama, muy cursada ya en la treintena, que se retira al secreto de su tocador y corre renglón tras renglón en procura de experimentados avisos que le devuelvan sus gracias fugitivas; todos ellos y mil más no pasan de leedores.
Leedor, también, el que emplea su tiempo en los diarios. Coinciden en eso el escandinavo y el chino. El uno, Georg Brandes, asevera que de cien personas que saben leer, noventa no suelen leer más que diarios, lo cual exige escaso esfuerzo. Y el otro, americanizado de China, Lin Yu Tang, dice: "Yo no llamo lectura, en absoluto, a la enorme cantidad de tiempo que se gasta en leer periódicos". En la escala de los que recorren con los ojos un papel impreso, el personaje inferior es uno, regalo de nuestros días a la infinita variedad de lo humano, el leedor, o "el vista", de muñequitos. Inmerso, complacido hasta el arrobo, en las delicias de re correr cuadro por cuadro, escena por escena, sin perderse una, los trabajos de Maggie o las hazañas del Superhombre, sus ojos avanzan por un medio mixto, parte imágenes mal trazadas, pintarrajeadas de colores groseros, parte palabras; éstas, no muchas, van encerradas en unos globitos que les salen a los personajes de la boca, y por su vacuidad sirven de adecuado sustituto al aire vano que contienen los globos de veras. El veedor o el lector de semejante cosa recuerda al anfibio, que entra y sale de lo leído, insignificante a lo visto, vulgarísimo, sin saber nunca a derechas por dónde anda. ¿Mira, lee, promiscúa? Pero atrevido sería decir de estos ciudadanos, doblados, regocijados sobre el papel, que están leyendo. Ni siquiera rozan por lo bajo los cielos y las alturas a donde se transporta el lector de verdad, ya que las actividades superiores del alma no asisten, están de sobra, en esta jenízara operación visual. Comparo al aficionado a los muñequitos al denodado masticante de chicle, por cuanto ambos no ahorran esfuerzo ni tiempo en sendas operaciones que parecen las dos dirigidas al noble menester de la nutrición, ya corporal, ya del espíritu; cuando en realidad nada de provecho pasa al estómago del uno ni a la cabeza del otro, y los dos se hermanan en su posible comparanza con el desdichado animal que voltea y voltea la noria, sin que le importe que el pozo esté seco.
Frente a estas legiones, en escasa minoría, los lectores. Se define al lector simplicísimamente: el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada; por recreo de pasarse las tardes sintiendo correr, acompasados, los versos del libro, y las ondas del río en cuya margen se recuesta. Ningún ánimo, en él, de sacar de lo que está leyendo ganancia material, ascensos, dineros, noticias concretas que le aupen en la social escala, nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo.
En su poema Aurora Leigh, una gran lectora bastante leída, la poetisa, por derecho propio y por régimen de ga¬nanciales, Elizabeth Barret Browning escribió: "... es cuando nos Dividamos espléndidamente de nosotros y nos Janeamos con el alma de cabeza en las honduras de un libro, seducidos por su belleza y su sabor a verdad, cuando sacamos de él el bien bueno".
Breve tratadillo en verso de ética lectora: repulsa del cálculo, invitación a la entrega, embriaguez en puras verdades y hermosuras. Precisamente porque el lector no se anda en busca de granjería por el libro, y se olvida de todo material interés inmediato, es por lo que se entregará, en correspondencia de justo amor, ese que llama el bien bueno, "the right good", la enfermiza poetisa. Y eso no quiere decir que el lector pierda las horas de su alma en balde. Aunque nada le pida al libro, mucho en él se espera. No las solicitaba, pero le colmará de las dádivas que menos preveía y más le alegran. (...) Pedro Salinas, El defensor, 1995.
El ensayo literario: el ensayo, en general, requiere del escritor(a) algunos rasgos que ya se han mencionado antes: claridad mental, orden de pensamiento, propósito definido, conocimiento del tema, estilo, buen tono. Pero si ahora graduamos la lente para hablar del ensayista literario, podremos observar, además de las anteriores, las siguientes características: sensibilidad, capacidad expresiva, ingenio, gracia. Aunque parecen dones de un genio, en realidad no son más que ganancias de un ejercicio constante.
Características del ensayo literario: El tema puede no ser más que un pretexto: los temas del ensayo literario pueden ser infinitos. Si bien un criterio para clasificar los tipos de ensa¬yo son los temas (científicos, filosóficos, periodísticos, etc.), no hay que distraerse del hecho de que lo que prima en el ensayo literario no es tanto el contenido como el estilo o el tratamiento del lenguaje de la expresión, del discurso en general. El discurso revela la sensibilidad del autor(a): es claro que el ensayo es la manifestación subjetiva de un autor(a) respecto a un tema. Sin embargo, en el ensayo literario quien escribe no sólo plantea su punto de vista -sistema organizado de ideas personales-, sino lo que éste le produce en su sensibilidad, su emotividad, su espiritualidad. El lenguaje tiende a ser literario: antes dijimos que lo propio del ensayo literario es el estilo, esto es, la manera como el autor usa las palabras. En este tipo de escrito, los recursos expresivos se encuentran al alcance de los gustos y las necesidades del autor: metáforas, descripciones, símiles, perífrasis, personificaciones. El ensayo literario oscila entre el discurso formal, académico (estructura argumentativa coherente y sólida) y el discurso poético.
TRABAJO: A partir del último libro leído en clase, elaborar un ensayo literario.

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